29 enero 2008
(in)comunicado
No deja de ser paradójico que en la era de las telecomunicaciones, uno se sienta incomunicado, ¿verdad?. Aquí algo no funciona como debería.
Sé que en algún sitio hay gente que dice cosas sensatas, sé que hay hombres sabios, sé que podría aprender mucho de ellos, pero no puedo oírlos.
Hay demasiado ruido. Y lo malo es que al final nos harán creer que no existe nada debajo de ese ruido, pues no lo apagan nunca. Y muchos al final de sus vidas no habrán oído nada más que ruido.
Ruido informativo, ruido cultural, ruido ideológico, ruido intelectual, todo se convierte en ruido. Y además es muy fácil, solo hay que añadir y agitar. Añadir mensajes, de cualquier tipo, da igual que estos sean verdad o mentira, mensajes estúpidos o inteligentes, acertados o erróneos, morales o inmorales, políticamente correctos o subversivos. Da igual, la cuestión es que estén todos presentes y bien agitados.
Todo esto es lo que me produce esa sensación de incomunicación. De los demás hacia mí, pues el ruido no me permite oír voces afines, y de mí hacia los demás, pues la mía queda convertida automáticamente en un ingrediente más de la ecuación que lo transforma todo en ruido. Es una ecuación perfecta, un mecanismo enormemente sutíl.
Sé que en algún sitio hay gente que dice cosas sensatas, sé que hay hombres sabios, sé que podría aprender mucho de ellos, pero no puedo oírlos.
Hay demasiado ruido. Y lo malo es que al final nos harán creer que no existe nada debajo de ese ruido, pues no lo apagan nunca. Y muchos al final de sus vidas no habrán oído nada más que ruido.
Ruido informativo, ruido cultural, ruido ideológico, ruido intelectual, todo se convierte en ruido. Y además es muy fácil, solo hay que añadir y agitar. Añadir mensajes, de cualquier tipo, da igual que estos sean verdad o mentira, mensajes estúpidos o inteligentes, acertados o erróneos, morales o inmorales, políticamente correctos o subversivos. Da igual, la cuestión es que estén todos presentes y bien agitados.
Todo esto es lo que me produce esa sensación de incomunicación. De los demás hacia mí, pues el ruido no me permite oír voces afines, y de mí hacia los demás, pues la mía queda convertida automáticamente en un ingrediente más de la ecuación que lo transforma todo en ruido. Es una ecuación perfecta, un mecanismo enormemente sutíl.
incomunicación protestada
Crear es comunicarse y se funda en una forma tan especial de comunicación, que significa hacerlo fuera de uno mismo. Pareciera que se crea en la medida en que otro tipo de comunicación se niega, se torna difícil o, tal vez, íntimamente imposible.
Esta línea de pensamiento nos remite a la paradoja existencia de una comunicación que suele nacer de una incomunicación personal con el otro, con el mundo, con el entorno.
Así, el Arte oficiaría como “una incomunicación protestada”. Ante una sociedad que no nos satisface ni cambia, ante la soledad a que esta impotencia nos condena, el artista, en su lucida mente elige el camino de la creación artística a través del cual muchas soledades sin eco, mucho dolor universal han hallado respuesta y, por fin, una comunicación enriquecida por experiencias comunes con las que los espectadores identifican y hallan el mensaje como consuelo y paliativo para su propia –valga la redundancia- e incomunicable incomunicación.
El arte también se nos muestra como síntoma de rebeldía ante la incomunicación humana, a la que intenta destruir mediante su ejercicio.
Pero en definitiva, no resuelve el diálogo con el otro; casi podríamos decir que lo elude desde su dificultad ontológica.
Estaríamos en condiciones de decir que sólo algunos aspectos formales de la incomunicación, son superados mediante las prácticas artísticas.
Este discurso revela que subyace, no del todo oculto, el poderosos rechazo del entorno, la influencia del pasado, la rebeldía contra sistemas inexplicables, la depresión frente a la incapacidad de resolverlos que a lo largo del tiempo se traducen en placeres que nos depara el Arte y quienes paciente y dolorosamente han contribuido a ello.
El hombre común puede sentirse interpretado, redimido a veces por quien exprese con sensibilidad sus mismos padecimientos, su misma rebeldía, su angustia existencial.
Heidegger nos propone que seamos conscientes de nuestra existencia, de sabernos seres existentes, de romper con la angustia existencial que nos abarca. Existir significa “ser-en-el-mundo” y , por tanto, ser con los demás. El ser humano corre el serio peligro de disolverse en esta sociedad de la (des)información, de caer en una corriente inercica en la que no sea él quien vive, sino que “le vivan la vida”, que le digan lo que tiene que hacer, decir o sentir.
Siendo conscientes de “ser-en-el-mundo” tomemos como punto de partida la memoria: ésta conforma en gran parte la identidad de la persona y mediante ella nos adaptamos, nos relacionamos con el mundo (con los demás) y es a través de ella, y de las huellas que deja en el ser humano, como podemos reconstruir las experiencias vividas, reflexionar sobre nuestros sentimientos y experiencias.
A los artistas se les suele atribuir la facultad creadora, pero ningún artista es capaz de crear ex nihilo. Toda obra necesita de un germen y un motor para generarse. En el origen de cualquier obra se halla siempre el fondo de experiencias sensitivas, vivenciales y racionales que cada artista ha acumulado a lo largo de su vida y que reposan en la memoria, esperando a ser descubiertas; sobre él apoyan su trabajo, pero ese fondo no sólo es diferente en cada artista sino que es utilizado también de muy distintas maneras.
Hay artistas que desde sus obras nos hablan de su familia, sus amantes, sus sufrimientos… Hablar del entorno cotidiano mediante el arte puede servirnos como terapia para ver reflejados nuestros propios miedos, amores, temores y resoluciones cotidianas que ahora parecen hacernos reflexionar desde otro lado.
Mi intención es hablar de la comunicación, de la manipulación de la información, de la saturación de esta… para (in)comunicar mi pequeña memoria, mi cotidianidad, mi (in)comunicación empírica en un lenguaje (in)usual el de hablar sin voz y escuchar sin oídos.
Esta línea de pensamiento nos remite a la paradoja existencia de una comunicación que suele nacer de una incomunicación personal con el otro, con el mundo, con el entorno.
Así, el Arte oficiaría como “una incomunicación protestada”. Ante una sociedad que no nos satisface ni cambia, ante la soledad a que esta impotencia nos condena, el artista, en su lucida mente elige el camino de la creación artística a través del cual muchas soledades sin eco, mucho dolor universal han hallado respuesta y, por fin, una comunicación enriquecida por experiencias comunes con las que los espectadores identifican y hallan el mensaje como consuelo y paliativo para su propia –valga la redundancia- e incomunicable incomunicación.
El arte también se nos muestra como síntoma de rebeldía ante la incomunicación humana, a la que intenta destruir mediante su ejercicio.
Pero en definitiva, no resuelve el diálogo con el otro; casi podríamos decir que lo elude desde su dificultad ontológica.
Estaríamos en condiciones de decir que sólo algunos aspectos formales de la incomunicación, son superados mediante las prácticas artísticas.
Este discurso revela que subyace, no del todo oculto, el poderosos rechazo del entorno, la influencia del pasado, la rebeldía contra sistemas inexplicables, la depresión frente a la incapacidad de resolverlos que a lo largo del tiempo se traducen en placeres que nos depara el Arte y quienes paciente y dolorosamente han contribuido a ello.
El hombre común puede sentirse interpretado, redimido a veces por quien exprese con sensibilidad sus mismos padecimientos, su misma rebeldía, su angustia existencial.
Heidegger nos propone que seamos conscientes de nuestra existencia, de sabernos seres existentes, de romper con la angustia existencial que nos abarca. Existir significa “ser-en-el-mundo” y , por tanto, ser con los demás. El ser humano corre el serio peligro de disolverse en esta sociedad de la (des)información, de caer en una corriente inercica en la que no sea él quien vive, sino que “le vivan la vida”, que le digan lo que tiene que hacer, decir o sentir.
Siendo conscientes de “ser-en-el-mundo” tomemos como punto de partida la memoria: ésta conforma en gran parte la identidad de la persona y mediante ella nos adaptamos, nos relacionamos con el mundo (con los demás) y es a través de ella, y de las huellas que deja en el ser humano, como podemos reconstruir las experiencias vividas, reflexionar sobre nuestros sentimientos y experiencias.
A los artistas se les suele atribuir la facultad creadora, pero ningún artista es capaz de crear ex nihilo. Toda obra necesita de un germen y un motor para generarse. En el origen de cualquier obra se halla siempre el fondo de experiencias sensitivas, vivenciales y racionales que cada artista ha acumulado a lo largo de su vida y que reposan en la memoria, esperando a ser descubiertas; sobre él apoyan su trabajo, pero ese fondo no sólo es diferente en cada artista sino que es utilizado también de muy distintas maneras.
Hay artistas que desde sus obras nos hablan de su familia, sus amantes, sus sufrimientos… Hablar del entorno cotidiano mediante el arte puede servirnos como terapia para ver reflejados nuestros propios miedos, amores, temores y resoluciones cotidianas que ahora parecen hacernos reflexionar desde otro lado.
Mi intención es hablar de la comunicación, de la manipulación de la información, de la saturación de esta… para (in)comunicar mi pequeña memoria, mi cotidianidad, mi (in)comunicación empírica en un lenguaje (in)usual el de hablar sin voz y escuchar sin oídos.